Estudio Dramático Formación ante el estado de alarma
Hoy nos encontramos en estado de alarma. Durante al menos quince días, por decisión gubernamental y la firma de Felipe R, se nos restringe en el ámbito educativo nuestro derecho de reunión presencial para el buen y casi único procedimiento didáctico que disponemos en Arte Dramático. La causa, como bien sabéis, la declaración de la OMS como pandemia del COVID-19. Por ello, el gobierno considerándolo de extrema gravedad, para preservar nuestros derechos y mitigar el impacto sanitario, social y económico, actuando de forma proporcionada, según Real Decreto, declara el estado de alarma.
Hoy nos encontramos con muchas voces que nos alarman. Voces que difunden mensajes para controlar un mal. El mal del virus, que como tal es el veneno que se vierte en nuestros oídos. Veneno que llevó a Hamlet padre a su muerte, desquiciando a su hijo Hamlet contra el mundo y hacia su prematuro final. En estos días convulsos, las palabras se apropian de nuestras almas atemorizándonos, pues al parecer el enemigo ataca no siendo visible. El Primer Ministro Conte dijo el otro día “El enemigo avanza pero es invisible y no lo podemos tocar”. Cabría preguntarse, con qué otro sentido sería posible detectarlo. El mensaje es claro; con ninguno. Estamos tratando con un espectro. El COVID-19, organismo vivo que se enfrenta con el poder del sistema inmunológico de nuestro cuerpo, nuestros gobernantes, con nuestro apoyo, lo han convertido en un fantasma.
Hoy nos entramos recorridos por un fantasma coronado por un Real Decreto. Su verdadero nombre no es el virus COVID-19. Su verdadero nombre es la peste. Ella lleva el desorden y la convulsión como una verdadera pandemia. Una infección que se propaga por el mundo entero a la velocidad del pensamiento. Porque es ahí donde reside el veneno, donde actúa la infección, en la mente. Estamos afectados por una verdadera pandemia psíquica por la que la población sufre. No es la peste del siglo XIV en Florencia, ni la de Provenza en el XVI o la de Marsella de 1720 que causaron millones de muertos. Es el fantasma de la peste que contamina con la amenaza de la mismísima muerte. El terror se apodera de las vidas, de las nuestras, amarrándonos a un sufrimiento por ésta que es la verdadera enfermedad. Y nos consume. No vale refugiarse, pues la infección, la verdadera infección, la mortífera, la que quita el tiempo propio de vivir no está fuera. Nada sabe de confinamientos. Los comentaristas, analistas de masas, noticias seleccionadas, discursos de políticos emponzoñan nuestro oído. Por eso solo queda una alternativa, destronar al fantasma.
Hoy estamos viviendo un simulacro. No alcanzo a saber dimensionarlo, pero si lo puedo identificar. Todos lo podemos hacer para, en nuestro caso privilegiado, redirigirlo al teatro. Digo simulacro porque el fantasma es una apariencia que se representa en un escenario. Pero al igual que en “Hamlet”, el mundo afectado ha de dejar de ser todo él un escenario y pasar el tablado al salón del palacio en donde los cómicos, y solo ellos, conviertan la apariencia, la ficción, en arte. Los actores os estáis preparando para ello. Los directores también. Podría decirlo de otra manera; tenemos que sacar de la platea al aparecido para subirlo al escenario, dándole la expresión y la voz que lo identifique y la comunidad, desde la platea, lo destrone. Es una manera de desenmascararlo, de hacerle hablar, de provocar la conmoción en el espectador tanto como la epidemia real de la peste ocasionaba en su cotidianidad. Porque esta es la verdad en la ficción y el engaño en la realidad. Este es el momento de recurrir a Antonin Artaud.
Hoy nos encontramos en el mejor de los “estados” para recoger lo que este visionario y poeta nos ha dejado entre sus grandes metáforas y lúcidas conexiones entre la vida y el arte. Nada mejor para mascarar, hacer visible, al aparecido y distinguir el simulacro de la verdad, que escuchar cosas como… «Puede admitirse también que los acontecimientos exteriores, los conflictos políticos, los cataclismos naturales, el orden de la revolución y el desorden de la guerra, al pasar al plano del teatro, se descarguen a sí mismos en la sensibilidad del espectador con toda la fuerza de una epidemia». Por eso el teatro, el teatro más esencial “se asemeja a la peste, no porque sea también contagioso sino porque, como ella, es la revelación, la manifestación, la exteriorización de un fondo de crueldad latente, y por él se localizan en un individuo o en un pueblo todas las posibilidades perversas del espíritu.” [“El teatro y su doble” (El teatro y la peste)]
Pablo Corral Gómez